Esclavos del perfeccionismo

AL TOMAR DECISIONES Y ACTUAR

 

Tomar una decisión siempre implica escoger aquella opción que más nos conviene entre varias posibles, incluso aunque esta opción sea la que menos nos guste. La búsqueda de la misma conlleva un proceso de toma de decisión en el que hay que valorar las ventajas y los inconvenientes de cada una de las alternativas posibles, de modo que escojamos aquella que más ventajas nos ofrece. El problema es que esta valoración de alternativas puede hacerse eterna.

 

Decidir y actuar sin tanta planificación implican un riesgo: poder equivocarse. Si eres una persona muy responsable es fácil que temas equivocarte y que te cueste asumir ese riesgo, cayendo en la tenta­ción de posponer decisiones o acciones necesarias o de pedir conse­jo reiteradamente. Si en más de una ocasión tus familiares o compa­ñeros te han dicho que eres muy indeciso, que te pasas con los deta­lles, o que pospones acciones necesarias, te sugerimos el siguiente plan de acción:

1)  Si tienes que tomar una decisión o actuar, ¡no la pospongas!. Eso no quiere decir que actúes sin pensar, sino que delimites en el tiempo tu decisión. Ponte un plazo para decidir o actuar y anímate para cumplirlo después.

2)  A la hora de decidir, evita dar vueltas y vueltas al asunto con­tinuamente. Deja un momento del día para decidir. Saca la duda de tu cabeza y hazla visible en un papel. Pregúntate cuál es el problema que pretendes resolver y anota después las posibles opciones o soluciones que se te ocurran. Valora a con­tinuación las ventajas y los inconvenientes a corto y largo pla­zo de cada una de las alternativas. Elige aquella que en prin­cipio parezca la más ventajosa. La más ventajosa, no la más perfecta. Nunca hay opciones ni soluciones perfectas.

3)  Después de decidir, pon a prueba la alternativa más ventajosa. Si consigues el resultado esperado, enhorabuena. Si no, prue­ba con otra de las soluciones posibles, hasta que te aproximes al resultado que deseas.

4)  Antes de actuar, ten en cuenta los pasos necesarios, ¡pero no te pierdas con los detalles!. Ten siempre en tu mente cuál es tu obje­tivo, aquello que quieres alcanzar. Si en algún momento lo olvi­das, es fácil que tu atención vaya a la deriva y se distraiga con asuntos irrelevantes, que te harán perder tiempo y esfuerzo.

5)  Si es una decisión o acción muy importante para tu vida, qui­zá fuera una buena idea pedir consejo a alguien de tu confian­za, pero sin que esto se convierta en una regla. Nadie mejor que tú sabe lo que te conviene.

6)  Permítete equivocarte. A veces, las mejores decisiones y actua­ciones son aquellas en las que hemos comenzado equivocán­donos. El error nos puede ayudar a tener una perspectiva dis­tinta de la situación, que nos guíe para realizar lo más venta­joso para nosotros.

FRENAR NUESTRO JUEZ INTERIOR

 

Cuando somos niños no sabemos qué comportamientos son correctos y cuáles incorrectos. Es algo que vamos aprendiendo gra­cias a la educación de los adultos, principalmente de nuestros padres o tutores. Sus órdenes y consejos nos guían para favorecer nuestro desarrollo y bienestar. Si después de un comportamiento recibimos un premio o un halago, aprendemos que ese comporta­miento es correcto y lo seguimos haciendo. Si, al contrario, recibi­mos un castigo o una reprimenda, aprendemos que es incorrecto, y probablemente no lo repitamos. Todos estos mensajes de los adultos van quedando grabados en nuestra memoria, dando forma a nues­tra conciencia moral. De adultos, no necesitamos que nadie nos guíe. Nosotros mismos nos damos órdenes para guiar nuestro com­portamiento; o nos premiamos o nos castigamos según haya sido éste.

 

UN SENTIDO DEL DEBER MUY TIRANO

¿Has prestado alguna vez atención a las palabras que utilizas cuando hablas o piensas? ¿Cuántas veces aparecen las palabras "tengo que...", "debo..." o "debería..."? Préstales atención y te sor­prenderás.

¿Te hablas tú a ti mismo de esa manera? ¿Te exiges hacer las cosas o se las exiges a los demás? Si es así, ¡cambia el chip! A partir de aho­ra date ánimos para hacer lo que consideres oportuno, pero no te exi­jas. Parece un mero formalismo pero comprobarás cómo afecta a tu estado de ánimo. A continuación, tienes algunos ejemplos para darse ánimos de ver­dad para lograr lo que uno quiere sin sentirse tan decepcionado ni tan culpable como antes:

Pensamiento exigente

Pensamiento realista

"Tengo que hacerlo todo bien. No debo molestar a los demás"

"Intentaré hacerlo bien, aunque sé que es difícil agradar a todos"

"No debería haber hecho eso. Merezco sentirme mal"

"Quizá lo que hice no fue lo más acertado, pero fue lo que consideré mejor"

"Mi pareja debería saber lo que necesito. ¿Es que no tiene ojos en la cara?"

"Me gustaría que mi pareja supiese lo que necesito pero no es adivino. Le diré lo que necesito para que pueda ayudarme"

 

BIEN NO, PERFECTO

 

Una característica frecuente en las personas que padecen ansie­dad, es el perfeccio­nismo. Normalmente, ¿te conformas con hacer las cosas de modo aceptable o necesitas que estén perfectas? ¿Te permites equivocarte? ¿Cómo te sientes cuando crees haber obrado incorrectamente?

Cuanto más arraigada tengas la necesidad de perfección, mayor será tu miedo al fracaso, ya que no existen las decisiones perfectas, ni las palabras perfectas, ni las soluciones perfectas a los proble­mas. Intentar conseguirlas te conducirá inexorablemente al fracaso, corriendo el riesgo de volverte más controlador para evitarlo. El problema es que intentar alcanzar el control de todos nuestros pen­samientos, sentimientos y comportamientos es una tarea práctica­mente imposible. Y si te empeñas en conseguirlo, terminarás ansio­so o deprimido.

Es importante que estés atento a tus ideas perfeccionistas, para mantenerlas a raya. Si te dejas llevar por ellas es fácil que exageres tus errores y desvalorices tus éxitos, lo que repercutirá en tu estado de ánimo de forma negativa. Si eres esclavo de tu perfeccionismo, a partir de ahora, date permiso para hacer las cosas lo suficientemente bien o de manera aceptable. Combate en tu mente la idea de la perfección. Vence tu perfeccionismo con pensa­mientos realistas como los de los siguientes:

 

Pensamiento perfeccionista

Pensamiento realista

"Tengo que encontrar la solución perfecta para este problema"

"Intentaré resolver este problema con la solución que parece más apropiada. Si no se resuelve, probaré con otra"

"Equivocarse es horrible y conllevará consecuencias terribles"

"Equivocarse es natural cuando se resuelven problemas. Si me equivoco, probaré otra forma de resolver el problema y ya está"

"Debo tener el control de lo que sucede a mi alrededor y de mi mismo"

"Es imposible controlarlo todo. A veces surgen cosas imprevisibles y es conveniente aceptarlas así"


 

Un perfeccionismo desmesurado sobre las soluciones y los resultados de tus acciones hará que pospongas proyectos y dejes de aprender cosas nuevas. En cambio una actitud de ambición sana te motivará con el reto que supone el crecimiento personal.

  Fuente: Texto adaptado de “Dominar las obsesiones”.  Pedro Moreno, Julio Martín, Juan García y Rosa Viñas. Desclée de Brouwer. 2008.

Jesús Mendieta Martínez


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