El problema con el exceso de control

 

Érase una vez un ciempiés que bailaba estupendamente con sus cien pies. Cuando bailaba, todos los animales del bosque se reunían para verlo. Y todos quedaban muy impresionados con el exquisito baile. Pero había un animal al que no le gustaba ver bailar al ciempiés. Era un sapo...

¿Qué puedo hacer para que el ciempiés deje de bailar?, pensó el sapo. No podía decir simplemente que no le gustaba el baile. Tampoco podía decir que él mismo bailaba mejor; decir algo así no tendría ni pies ni cabeza. Entonces concibió un plan diabólico. 

Se sentó a escribir una carta al ciempiés. «Ah, inigualable ciempiés», escribió. «Soy un devoto admirador de tu maravillosa forma de bailar. Me encantaría aprender tu método. ¿Levantas primero el pie izquierdo n.º 78 y luego el pie derecho n.º 47? ¿O empiezas el baile levantando el pie izquierdo n.º 23 antes de levantar el pie derecho n.º 18? Espero tu contestación con mucha ilusión. Atentamente, el sapo.»

Cuando el ciempiés recibió la carta se puso inmediatamente a pensar en qué era lo que realmente hacía cuando bailaba. ¿Cuál era el primer pie que movía? ¿Y cuál era el siguiente? —¿Qué crees que pasó?

—Creo que el ciempiés no volvió a bailar jamás.

—Sí, así acabó el cuento. Eso pasa cuando la imaginación es ahogada por la reflexión de la razón.

("El mundo de Sofía". Jostein Gaarder, Patria/Siruela, 1991. p. 545 y 546).

 

 

Este cuento refleja una idea que a veces se nos olvida. Hay cosas en la vida que no se pueden controlar y, cuando intentamos controlarlas, nos superan.

 

La terapia de aceptación y compromiso o ACT (Hayes, Strosahl, y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 2002) nos plantea que reflexionemos acerca de la utilidad del control. Si bien es cierto que la mayoría de las situaciones y eventos comunes pueden ser controlados por nuestra voluntad (qué comemos hoy, qué camino tomar, cómo soluciono un problema de lógica), existe un pequeño pero importante porcentaje de situaciones, que ocurre todo lo contrario. Cuanto más intentamos controlarlas, más incontrolables y traumáticas se vuelven.

 

Se trata de la regla del 95% al 5%. En el 95% de los casos, seguimos la regla de “si no estás en disposición de tenerlo, cámbialo”. Esta regla sirve para encontrar una solución a un problema concreto, buscar trabajo, cambiar el color de las paredes, cambiar de lugar de residencia…

 

Pero existe un 5%  de las situaciones, en las que un control consciente e intencionado es poco eficaz y en algunos casos, incluso destructivo.

 

El control consciente e intencionado es una buena herramienta para la solución de problemas, pero cuando nos hacemos demasiado dependientes, demasiado apegados al control planificado, todo nos parece un problema para ser solucionado mediante ese control.

 

"Cuando sólo tenemos un martillo, todas las cosas nos parecen clavos". "Cuando lo único que sabemos hacer es clavar, muchos objetos toman forma de clavos".  Así, “no todo es un problema que necesita ser resuelto”

 

Pensemos en nuestras emociones. Imagina que te enchufan a una máquina que detecta la ansiedad y que, al mínimo atisbo de ansiedad, la máquina te da una gran descarga eléctrica. Te dices, “no sientas ansiedad”, “no sientas ansiedad”, “no sientas ansiedad”… ¿crees que lo conseguirías? Probablemente si la tarea consistiera en cambiar los muebles de sitio o apagar el ordenador, no te costaría mucho hacerlo, pero con las emociones, esto no no es posible, y la ansiedad, miedo, cólera aumentan sin parar. En ciertas situaciones, las emociones son incontrolables.

 

Hablemos de los pensamientos. ¿Recuerdas la película de Ghostbusters (Cazafantasmas, 1984)? El equipo de cazafantasmas se enfrenta a un gran mostruo que les dice que, lo primero que se les pase por la cabeza será lo que destruya la ciudad y probablemente el planeta entero. Ellos lo intentan, hacen todos los esfuerzos posibles para no pensar en nada, dejar la mente en blanco… pero no pueden. De repente aparece  “stay puft”, la imagen publicitaria de los marshmallow (malvaviscos) dispuesto a destruirlo todo a su paso. Esto es lo que pasa cuando hacemos todos los esfuerzos posibles para no pensar en algo determinado. El propio esfuerzo hace que el pensamiento sea cada vez más grande y se convierte en un auténtico “monstruo” dispuesto a devorarnos. Hay ciertos pensamiento, en ciertos contextos, que intentar controlarlos es contraproducente.

 

 

Según estos autores, las personas trabajamos muy duro bajo la asunción de que hay tres cosas que son verdaderas:

 

1.   que esos pensamientos y recuerdos deben ser eliminados para vivir bien.

2.   que si lo intentas duramente, o de la forma correcta, podrías eliminarlos completamente

3.   que puesto que no has podido, hay algo que va mal en ti.

 

Para estas situaciones, ese 5% restante, la regla que funciona es “si no estás en disposición de tenerlo, lo tendrás”.

 

Esta regla también funciona con otras situaciones que no son propiamente pensamientos o emociones, sino acciones. Como en el cuento, situaciones en las que lo adecuado es dejarnos fluir, llevarnos por la intuición o el disfrute, analizarlas pormenorizadamente no funciona. Tocar un instrumento, conducir un vehículo, disfrutar de una obra artística, trabajar la creatividad, son tareas donde el control consciente y analítico no sirve para nada. Incluso hace que nos perdamos buena parte de la vida o que no superemos nunca una situación problemática.

 

 

Esa es la diferencia entre dolor y trauma. El trauma es el dolor más una respuesta que intenta destruir al dolor. Por ejemplo, el trauma sería cuando intentamos no sentir el dolor normal que acompaña a los seres humanos. Por intentar defendernos de ese dolor, estamos, de hecho, haciéndonos mucho más daño y, de esta manera, los efectos del dolor duran más tiempo que el daño original que experimentábamos.

 

Irene Mollá Balañac


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