En una cultura basada en el consumo, la satisfacción rápida y la falta de valores como la nuestra, no es raro que nuestra autoestima esté basada también en lo que tenemos y lo que hacemos, en lugar de lo que somos.
Cuando nos queremos por lo que tenemos y por lo que hacemos, nos describimos a nosotros/as mismos/as en función de nuestra apariencia, o a qué nos dedicamos y qué hemos o no hemos conseguido en la vida, siempre en lo referente a lo material. Nos mostramos al mundo a través de las cosas que nos acompañan, el coche, el móvil, el ordenador, la ropa… De tal manera que sociedad de consumo se transforma en autoestima y relaciones de consumo. Cuando esto sucede, la satisfacción real desaparece y da lugar a la avidez, y con ella a la ansiedad, la depresión y la angustia vital porque nunca llegamos a ser esa persona de anuncio que tiene el atractivo, el éxito y la felicidad perpetua que traen las cosas que adquiere.
Como estrategia educativa, en la escuela y la universidad, nos enseñan a catalogar la realidad en compartimentos estancos, independientes, y muchas veces incompatibles los unos con los otros. Ciencias o letras. Naturaleza o Tecnología. Ciencia, tecnología, economía, educación, ecología, sociedad… están separadas las unas de las otras. Es normal entonces que veamos lógico y razonable comprar, tirar y volver a comprar productos, a veces de manera compulsiva, y que no nos demos cuenta de la insatisfacción que nos produce y las consecuencias que tiene para nosotros mismos, para la sostenibilidad de la Tierra y para el futuro de nuestra sociedad.
El documental Comprar, tirar, comprar nos descubre la Obsolescencia Programada, una estrategia de los mercados para limitar la vida de los productos que compramos, y con ello, mantener la economía basada en el consumo, creando así una Burbuja del Consumo que, como tantas burbujas, no hace otra cosa que enmascarar la realidad creando una ilusión no sostenible a largo plazo.
Irene Mollá Balañac
Escribir comentario